Querido Francisco:
Hemos coincidido en el espacio-tiempo en los Estados Unidos, así que
no puedo evitar abrir un inciso en mi diario de viaje para escribirle
esta breve misiva. Eso sí, antes de nada aprovecho para asegurarle que,
por mucho que me persiga por el mundo, ni pienso volver a ser católico
ni voy a cerrar Apostatar.org.
He estado muy pendiente de su periplo americano y de los discursos
que ha dado, tanto en la ONU como ante el Congreso de los Estados
Unidos. En un primer momento, he tenido el impulso de agradecerle sus
palabras contra el cambio climático, un tema en el que la Iglesia
Católica, como todo el mundo sabe, tiene un gran peso relativo.
Permítame decirle que cuando su microestado vaya más allá de las meras
palabras y proponga acciones concretas de carácter internacional contra
el cambio climático, como llevan haciendo miles de ONGs desde hace
muchos años, quizá le tome un poquito más en serio, pero hoy por hoy
esas organizaciones le llevan mucha delantera, créame. Por ello, no creo
que tenga nada que agradecerle. Además, no me cabe duda de que usted
volverá a Roma a sus menesteres, como reclinarse en su trono de señor
poderoso y poner los anillos para que se los besen, y lo que realmente
pase en el mundo le seguirá resbalando por esa sotana rebelde.
Sin más dilación, le comunico que con esta carta tengo un doble
objetivo. Por un lado, darle la enhorabuena. Es usted el mejor
especialista en marketing que ha tenido la Iglesia en su historia,
aunque no dudo que le rodea un nutrido equipo de expertos que le versa
en el tema. Me fascina su habilidad para crear titulares en los que se
erige en adalid de todas las causas sociales. ¡Bravo! Tiene mucho mérito
si consideramos que usted es el máximo representante de una institución
que aboga justamente por lo contrario: la desigualdad, la homofobia, la
misoginia y muchas formas de odio contra otros seres humanos. Por otro
lado, quería informarle de que a muchos de esos otros seres humanos
usted no nos engaña.
Busca el gran titular constantemente, ese que le deja como el gran
benefactor de los derechos humanos, pero luego sigue teniendo la
mentalidad medieval que caracteriza a la Iglesia Católica. Hace poco
alguien le preguntaba por la población homosexual y, una vez más con
gran olfato propagandístico, respondía que “quién soy yo para juzgar a
un gay”. Y ¡bum! Ahí están todos los periódicos del mundo replicando sus
palabras, como si el Papa fuera de repente el gran activista por los
derechos LGTBQ. Pero usted y yo sabemos que sigue pensando los mismos
disparates sobre los homosexuales, y no tardó en demostrarlo en su
discurso ante la ONU donde instó a “respetar la ley moral de la
distinción entre hombre y mujer”, en sutil alusión a la homosexualidad y
transexualidad. Incluso tiene la desfachatez de venir a Estados Unidos a
dar discursos por el bien de la Humanidad, mientras se reúne a escondidas con Kim Davis,
esa funcionaria asquerosamente homófoba que se negó a oficiar bodas
homosexuales (y que fue a la cárcel por ello), ni más ni menos que para
agradecerle su gesta y animarla en su lucha. “Stay strong”, le dijo.
Repulsivo e hipócrita, le digo yo a usted.
No menciona en su discurso ningún apunte sobre la posición
desfavorable de la mujer en la sociedad. No es de extrañar, considerando
el odio que vierte su institución contra las mujeres. Ese odio no solo
mana de la discriminación por impedirles ser parte activa de los puestos
de poder en la Iglesia Católica, sino que va mucho más allá. Para
usted, el aborto es uno de los peores pecados que se pueden cometer
porque, claro, los derechos de la mujer no le importan lo más mínimo.
Total, estamos hablando de esos seres inferiores que solo deberían
“criar hijos, cocinar y amar a sus esposos”, como alguno de sus obispos
ha llegado a decir. Muy contemporáneo todo. Pero ya está usted ahí para,
una vez más, sacar la bandera del supuesto cambio y ganarse a la
opinión pública. Hace poco declaró que en el Año de la Misericordia, es
decir, 2016, a las pecadoras abortistas se las podría absolver. ¡Qué
benevolencia la suya! O sea, que las sigue criminalizando por abortar y,
además, le pone letra pequeña a su gran avance. Por suerte para
estamentos poderosos y opacos como el suyo, apenas nadie repara en dicha
letra, así que pocos caerán en que su cristiana medida solo durará once
meses, y ni uno más, porque a partir de noviembre de 2016 las cosas
volverán a ese statu quo que tanto le gusta. En la conciencia
colectiva quedará que “el Papa perdona a las abortistas” cuando, en
realidad, en todo momento usted y los suyos seguirán criminalizando a
las mujeres por un derecho que, le guste o no, les es inherente. Lo
único que buscaba era otro titular que reforzara su imagen de supuesto
cambio, pero no hay tal cambio, ¿verdad? ¿Para qué abandonar la
mentalidad del s.XIII, con lo bien que se está?
Se apunta tantos continuamente sobre lo mucho que lucha su Iglesia
contra la pobreza. Sin embargo, con usted siempre hay un pero,
Francisco. A ver si puede responderme a tan humildes cuestiones desde su
microestado con banco propio: ¿A cuántos pobres está bien ayudar sin
que la Iglesia recurra a los fondos de su opaco Banco del Vaticano?
¿Cuántos beneficios sociales podría tener un estado como España si la
Iglesia pagara algún impuesto? ¿Cómo tienen la desfachatez de nombrar a
Cáritas como algo propio cuando sólo el 2% de su financiación
proviene de la Conferencia Episcopal? Si quiere le puedo seguir sacando
los colores por lo hipócrita de su discurso sobre los pobres y las mil
formas que tendrían de contribuir más, pero no soy muy de humillar. Eso
se lo dejo a usted y a su institución inquisidora.
En su discurso ante el Congreso habla usted sobre los jóvenes, sobre
los abusos que padecen y cómo se les debe ayudar para que afronten un
futuro con más posibilidades. Me pregunto si con eso se refiere a los
miles de niños que han sufrido y sufren abusos sexuales por parte de
miembros de su Iglesia. ¿Se les debe dar a los niños biblias de tapa
dura para que aticen los genitales de los curas pederastas, o el tema no
va de eso? Ah, no, que no habla de esos abusos. Eso no se menciona en
grandes discursos, faltaría más. La autocrítica no es para los grandes
eventos. Aunque, a decir verdad, su autocrítica es tan escasa en
cualquier ámbito que me produce una vergüenza repugnante el saberle
cómplice de los miles de casos de pederastia contra los que no se lucha
dentro de la Iglesia.
Por si fuera poco, en sus discursos en los Estados Unidos tuvo la
desfachatez de defender la “libertad religiosa, la intelectual y la
individual”, precisamente usted, cabeza visible de un culto que recurre
de forma sistemática al castigo divino contra todo aquel que no se rija
según sus dictados.
Casi le diría que, antes de dar lecciones morales sobre lo que está
bien y lo que no, quizá sería mejor limpiar la suciedad que tiene en su
propia casa y ayudar de verdad al resto de seres humanos. Antes de
pasear por las calles de Washington DC o Nueva York, vaya usted a algún
suburbio sudafricano con un 40% de población con VIH, donde sus
misioneros aún comparan los anticonceptivos con artilugios del demonio.
Nos haría a todos un gran favor si un líder religioso como usted
promulgara el amor entre humanos, en lugar del odio al que nos tiene
acostumbrados.
Sin más, se despide un acérrimo fan de su vaporoso vestido.
Juan
Apostatar.org
lunes, 5 de octubre de 2015
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