El nacionalcatolicismo, una cruzada contra el derecho al aborto

La derecha clerical española, de
profundas raíces visigodas, carente de ciencia y de conciencia, o sea
analfabeta e inmoral, no tiene otra fuente de conocimiento ni otro
fundamento de moralidad que la doctrina cristiana. Iluminada por las
encíclicas papales va dando golpes de ciego, a diestro y siniestro,
contra el ejercicio de los derechos individuales. Arremetiendo contra
las libertades como si fueran fantasmas creados por sus monstruosas
conciencias.
Nadie representa con más convicción el
machismo, antifeminismo y homofobia, junto con el Islam, el nazismo y el
fascismo, que la Iglesia católica y sus gobiernos militares y civiles a
ella asociados. Una institución teocrática y castrada que no consigue
otra manera de obtener placer que no sea mediante la imposición del
sufrimiento como vía de perfección y salvación del alma. Ese ente
inexistente al que los egipcios, al menos, dedicaban no sufrimientos
sino todos los placeres de la vida. Es una escuela de formación en la
moral sadomasoquista. Que desprecia a la mujer en tan alto grado de
patología mental y misógina que la ha condenado a ser una máquina de
parir. Porque así lo decidió dios en el Génesis.
Cuando una mujer queda fecundada es
porque es una mujer no una niña porque sólo las mujeres pueden ser
fecundadas. Las pretensiones pseudocientíficas sobre las cuales el
nacional-machismocatólico pretende justificar sus autoritarias,
anacrónicas y bestiales, de Bestia, decisiones para prohibir que las
mujeres decidan sobre su propio cuerpo y su propia vida, la que ellas
vivirán durante años, en felicidad o en desgracia. Año a año y así
ininterrumpidamente por decisión clericalmachista hasta que mueran. Como
si las mujeres carecieran de voluntad y deseos propios. La fanática y
yihadista beligerancia de la derecha clerical contra el aborto no tiene
otro propósito que imponer a las mujeres la voluntad del macho. Sea
civil, sea clerical, sea por vía militar.
Sólo las bestias son capaces de condenar
al sufrimiento a los seres humanos. Que se sacrifiquen ellos. Que se
castren ellos para mayor gloria de dios. Que alimenten las hogueras de
sus sacrificios con sus propios cuerpos y que dejen en paz a las mujeres
ante la elección de su propio destino. Que no condenen a nadie a vivir
su vida como un martirio, un sacrificio, un sufrimiento. Que se
incineren ellos y se purifiquen en sus propias hogueras.
Esta derecha, tan analfabeta como
clerical, no tiene otra luz que la ilumine que las oscuras encíclicas
papales. En ellas encuentran la única fuente de conocimiento dogmático y
doctrinal que imponen contra la libertad. Si atacan el derecho de las
mujeres a abortar es porque el papa Pablo VI lo impuso en la encíclica
“Humanae vitae”; si atacan como enfermos mentales la igualdad de género
separando a chicos y chicas en las aulas es porque lo decidió el papa
Pío XI en su encíclica “Divini illius magistri”; si atacan las
libertades sexuales es porque lo decidió el mismo papa en otra
encíclica: Castii connubi” y lo ratifican, hasta el éxtasis
sadomasoquista, los pontífices posteriores en el documento pontificio
“Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en
familia”, diciembre de 1995, donde defienden la castración de los hijos y
de los padres de por vida porque la sexualidad es un mal, en cualquier
edad, que sólo perjudica a la salud del alma. Neuróticos perdidos.
Estos fanáticos desequilibrados,
educadores de la derecha nacional desde el tiempo de los godos,
invocando el derecho a la vida de quien no es porque no ha nacido, son
los mismos que en el nombre de dios, su dios, han provocado y
desencadenado guerras durante más de quince siglos ininterrumpidamente
provocando bajo el signo de la cruz, su cruz, la muerte de millones de
seres humanos ya nacidos. Sólo en la Edad Media y Moderna asesinaron a
3.000.000 de mujeres acusadas, no de abortar sino de ser brujas. Para
estos misóginos ser mujer es un defecto de la creación divina. Ser mujer
es una imperfección divina. Porque dios también se equivoca. Si no
fuera así no existirían ni el diablo ni el mal. Su mal.
En Chile, en Argentina, en El Salvador,
en Filipinas, en el Congo, en Ruanda…y en España, sin necesidad de
alejarnos hasta los carlistas, cruelmente asesinos y brutalmente
analfabetos, sólo con remitirnos a tiempos algo más recientes como los
comienzos de la Guerra Civil española, fueron los curas, los obispos y
el papa quienes cooperaron “necesariamente” en la sublevación contra la
República, que había dado el voto también a las mujeres y el derecho al
divorcio y la educación. Desde la encíclica” Dilectísima nobis”, 1933,
dirigida a la derecha católica, el papa Pío XI exigió a los católicos
que se organizaran contra la república laica para restaurar el Poder de
la moral católica y de la Iglesia. Y luego…
Luego, el 1 de julio de 1937 todos los
obispos, dirigidos por el mismo papa desde su sede construida por el
fascismo italiano y mantenida con los presupuestos del Estado fascista,
el Estado Vaticano, Franco se sublevó contra la República y, victorioso,
impuso la doctrina cristiana, prohibió el divorcio, arrebató el derecho
al sufragio y prohibió todo lo que tuviera alguna relación con el
placer sexual. Franco, en nombre de dios y su Iglesia, se encargo de que
el pueblo español no volviera, nunca jamás, a tener relaciones sexuales
y las sustituyó por el apareamiento. Porque tanto el Estado como la
Iglesia necesitaban hijos para producir la riqueza que ellos necesitaban
para su goce.
Ese año, 1937, la “Carta colectiva de
los obispos españoles” proclamaba: “…Pero la paz es la «tranquilidad del
orden, divino, nacional, social e individual, que asegura a cada cual
su lugar y le da lo que es debido, colocando la gloria de Dios en la
cumbre de todos los deberes y haciendo derivar de su amor el servicio
fraternal de todos». Y es tal la condición humana y tal el orden de la
Providencia – sin que hasta ahora haya sido posible hallarle
sustitutivo- que siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la
Humanidad, es a veces el remedio heroico, único, para centrar las cosas
en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz. Por esto
la Iglesia, aun siendo hija del Príncipe de la Paz, bendice los emblemas
de la guerra, ha fundado las Ordenes Militares y ha organizado Cruzadas
contra los enemigos de la Fe”.
Cuarenta años después, pasado un mes de
la muerte de Franco, el 15 de diciembre de 1975, el cardenal Tarancón al
inaugurar la XXIII Asamblea Plenaria del Episcopado, se refirió al
Dictador con estas agradecidas palabras:
“Una figura auténticamente
excepcional (Franco) ha llenado casi plenamente una etapa larga – de
casi cuarenta años – en nuestra Patria…. La jerarquía eclesiástica
española no puso artificialmente el nombre de Cruzada a la llamada
guerra de liberación: fue el pueblo católico de entonces, que ya desde
los primeros días de la República se había enfrentado con el Gobierno,
el que precisamente por razones religiosas unió Fe y Patria en aquellos
momentos decisivos. España no podía dejar de ser católica sin dejar de
ser España.”
“Pero esta consigna que tuvo aires
de grito guerrero y sirvió indudablemente para defender valores
sustanciales y permanentes de España y del pueblo católico, no sirve
para expresar hoy las nuevas relaciones entre la Iglesia y el mundo,
entre la religión y la Patria, ni entre la fe y la política”.
Y es así como para mayor gloria de dios,
de la Iglesia y de Franco entre los tres provocaron la matanza de un
millón de muertos y la miseria económica, moral y emocional de más de 30
millones, sólo en España. Eso lo hicieron los mismos o sus herederos de
quienes, histérica, fanática y yihadistamente, invocan la vida de los
no nacidos, sin importarles la de los ya nacidos.
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