Confesionalismo y tragedias
Documento con fecha
viernes, 02 de agosto de 2013.
Publicado el
viernes, 02 de agosto de 2013.
Autor: Coral Bravo.Fuente: El Plural.
Autor: Coral Bravo.Fuente: El Plural.

Cuando el dolor arrecia y la vulnerabilidad humana se convierte en
tragedia y duelo, la racionalidad se repliega ante la emocionalidad, y
cualquier signo, sincero o falso, de solidaridad o de empatía se percibe
como un bálsamo a agradecer, porque se necesita, aunque sea ajeno a
nuestras creencias e ideas. Pero el dolor no es justificación para que
nadie vulnere nuestro derecho inalienable, estipulado en la Carta Magna
de los Derechos Humanos, de libertad de pensamiento y de conciencia.
La pérdida de un ser querido es uno de los tránsitos más duro de la
vida, en el que el dolor personal e individual se comparte a nivel
colectivo en una serie de ritos sociales, como homenaje a la persona
fallecida, que pretenden colectivizar ese dolor y compartirle con el
mundo. Digo ritos sociales porque, en esencia y antropológicamente, es
lo que son, aunque se transmuten casi siempre en rituales religiosos,
por imposición explícita o implícita de la religión imperante en cada
sociedad en cuestión.
El pasado domingo se celebró en la catedral de Santiago de Compostela
el funeral por las personas fallecidas, setenta y nueve en total, en el
trágico accidente del tren Alvia. El funeral fue, como cabía esperar,
católico, y oficiado por el arzobispo de Santiago, con la presencia de
los príncipes de Asturias, como representantes de la casa real, y el
presidente del gobierno y algunos de sus ministros, como representantes
oficiales del poder que representan. Francamente, tanto protocolo y
tanto boato me parecen más una hipocresía y un imperativo del “deber”
que un signo de dolor o solidaridad; y hace tiempo que este tipo de
“presencias” obligadas y apretones de manos ante fotógrafos y cámaras de
televisión me parecen más una pose que justifica, ante la galería,
determinados obsoletos privilegios que una actitud relacionada con la
empatía o el deseo sincero de ayudar.
Sí fue, por el contrario, producto de una sincera solidaridad la ayuda
desinteresada de los vecinos de las zonas colindantes al accidente, que
corrieron a aportar su ayuda real y su socorro efectivo a las víctimas
del accidente, llevando mantas, curando heridas y sacando a personas de
los vagones. Pero esto no forma parte del protocolo, y estos
maravillosos gallegos, probablemente muchos de ellos parados o víctimas
de los abusos del poder que presidía el acto, no han salido en portadas
ni se han dedicado, a posteriori, a repartir besos a los familiares
destrozados por la tragedia, repito, ante focos y cámaras de televisión.
Así son las cosas y, mientras consideremos que existen familias o
castas superiores por mandato divino, así seguirán siendo de manera
indefinida.
Hay algo, sin embargo, que desde que empecé a hacer uso de mis neuronas
siempre me ha indignado y me sigue indignando: el confesionalismo
impuesto en ritos de un dolor colectivo que no milita o no debería
hacerlo en ninguna confesión. Estadísticamente casi el treinta por cien
de los fallecidos en el accidente no son católicos; de ellos alrededor
del diez por ciento eran ateos y un veinte por ciento agnósticos
(palabra que suele designar a ateos que no se deciden a declararlo
abiertamente). Pues bien, me pregunto a santo de qué se impone a todos
los fallecidos y a todos los familiares un ritual concreto de una
confesión que no comparten todos. Me parece terrible que unos momentos
tan descarnados se tengan que vivir por algunos según los moldes
confesionales que otros les imponen sin posibilidad de elección.
Vivimos en un país supuestamente democrático y, por tanto,
supuestamente aconfesional. ¿Quién o quiénes estipulan que se vulnere
sistemáticamente la libertad de conciencia de los ciudadanos ante
desastres colectivos? ¿Quién decide que se desentienda la libertad
personal de las víctimas de una tragedia para no dejarles vivir el duelo
de acuerdo a las creencias libres y personales de cada uno de los
fallecidos y sus familiares? ¿En aras de qué se permite que se celebren
rituales confesionales sin dejar libre elección en la cuestión de
creencias personales e íntimas en las que ningún poder debería tener
nada que ver?
Ver este tipo de actos y parafernalias, la verdad, me hace percibir un
país que no se ha alejado todavía de los espectros totalitarios del
pasado, sino que sigue siendo, con evidencia, confesional. Gobierno,
monarquía e Iglesia presidieron un acto de tragedia y de dolor íntimo y
desgarrado que no les correspondía, imprimiendo, una vez más, un sello
de confesionalidad excluyente, en medio del dolor humano, que, a estas
alturas, les queda demasiado angosto. Sólo faltaba el palio para
presenciar unas imágenes propias de la dictadura. Porque resulta
intolerable, absurdo y ridículo constatar que a estas alturas, como dice
Edouard Punset, una sociedad globalizada por la cultura y la tecnología
del siglo XXI conviva con instituciones obsoletas y tiránicas propias
del siglo XVI.
Coral Bravo es Doctora en Filología

Autoridades funeral oficial Santiago 2013
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