La lista de la infamia: Curas del 36 en Valladolid
Documento con fecha
sábado, 12 de octubre de 2013.
Publicado el
domingo, 13 de octubre de 2013.
Autor: Orosia Castán.Fuente: Último cero.
Autor: Orosia Castán.Fuente: Último cero.
En el año 1936, tras la sublevación
militar, los párrocos de los pueblos tomaron mayoritariamente partido
por los alzados, en quienes veían unos valedores que les iban a devolver
el poder que detentaban antes de la llegada de la República. Bien
sabían estos curas que el alzamiento era ilegal y que se estaba haciendo
mediante el derramamiento de sangre inocente. Prácticamente en todas
las localidades, falangistas y guardias civiles desleales detenían a las
autoridades legales, a los dirigentes sindicales, a los obreros
significados, a sus mujeres y a sus familiares, y los sometían a tratos
inhumanos, golpeando, violando, robando y asesinando a muchos de ellos.
El mandato de los religiosos está bien
claro para todos: su deber era detener la violencia, impedir los
crímenes y acabar con la orgía de sangre que se desataba sobre la
población civil, inerme e indefensa. Sin embargo, la Iglesia desoyó
estos mandatos sagrados y alentó a sus párrocos a que se unieran al
golpe, al que de inmediato bautizaron como Cruzada, otorgándole todas
sus bendiciones.
Los curas tenían una gran autoridad
moral. Allí donde se opusieron a los crímenes, éstos no se produjeron.
Pero por desgracia para las víctimas, para sus familias, para los
pueblos y para su propia imagen y la de la Iglesia, la gran mayoría de
los curas apoyaron decididamente el alzamiento y sus procedimientos
sanguinarios, y a veces no solo intelectualmente o dando su bendición a
los asesinos, sino también materialmente, con las armas en la mano.
Obligar a una persona a practicar la
religión en contra de su voluntad está considerado sacrilegio por la
propia iglesia, lo que no fue obstáculo para que se implantase la
religión de manera obligatoria en todo el país y a todos los niveles de
la vida: en la enseñanza, las instituciones, las costumbres sociales y
la vida personal.
En muchas localidades de nuestra
provincia y en la propia capital, la actuación de los curas fue tan
inhumana, tan cruel y tan alejada de lo que puede considerarse un
comportamiento cristiano, que quedó impresa en la memoria de los
vecinos. Estos curas, que por su posición hubieran podido mediar a favor
de las víctimas, muchas veces aparecieron al lado de los verdugos,
contribuyendo con sus acciones a empeorar la suerte de sus vecinos. Es
una verdadera lástima que la iglesia católica pierda oportunidad tras
oportunidad de desmarcarse de estos elementos, condenando sus acciones y
pidiendo perdón por su actuación en aquellos años de crimen y terror.
LA ACTUACIÓN DE LOS CURAS SEGÚN LA MEMORIA DE LOS TESTIGOS
Juan Julián, párroco de
San Ildefonso, en Valladolid, acudía a las Cocheras de Tranvías para
catequizar por las buenas o por las malas a los allí detenidos, aunque
se declarasen ateos, agnósticos o protestantes. Acudía a las sacas,
dejándose ver por los presos, quienes por su presencia detectaban que
iba a producirse un asesinato. Dos o tres curas de Los Filipinos solían
acompañar a las patrullas falangistas en sus acciones. Llevaban camisa
azul e iban armados. Se les llegó a conocer bien y se les reconocía por
su tonsura y sus medallas y escapularios. Además eran los encargados de
catequizar a los presos de Las Cocheras. Se llamaban el padre Tirso y el
padre Baladrón. Sus homilías eran amenazadoras. Una
frase que repetían continuamente y que quedó grabada en la memoria de
los detenidos era: “Habéis pasado por una criba ancha; ahora pasareis
por otra más fina, y al final no quedará nadie”. Y hubo gente que se
atemorizó y marchaba a comulgar, pensando que los curas darían buenos
informes y que podrían salir, pero estaban muy equivocados, pues
aquellos curas deseaban de verdad que no quedara nadie. (Testimonio de
J. P. R., preso en Las Cocheras).
Padre Cid: adscrito a la
Cárcel Nueva, impartía la misa obligatoria, descalificaba y humillaba a
los presos e intentaba que recibieran los sacramentos cuando los iban a
fusilar. Más adelante fundó un Patronato para menores, a donde fueron a
parar muchos hijos de estos mismos fusilados; allí intentaba
“reeducarles”. Ese lugar, “Cristo Rey”, se financió con el trabajo
esclavo de los presos.
Rufino Caldevilla,
párroco de La Magdalena y sobrino del canónigo Valero Caldevilla, acudió
al Alto del León, presa de un ataque de patriotismo, según testimonio
de J.L. Galindo, un falangista camisa vieja, que estuvo con él; iba
armado. Es un alegre clérigo… me lo imagino disparando trabucos y no le
cae mal la imagen… Cuando regresó a Valladolid y volvió a hacerse cargo
de la parroquia, denunció a aquellos vecinos que bajo su punto de vista
eran “indeseables”. Anteriormente se había mostrado beligerante con los
sectores de la izquierda, y cuando se produjo el golpe colaboró con
eficacia: denunció personalmente a la familia de Heraclio Conde, quien
fue fusilado junto con sus dos hijos varones (testimonio de Conde
Conde).
Eladio Tejedor Torcida,
párroco de Barcial de la Loma en 1936, estaba enfrentado con las gentes
de izquierdas desde el advenimiento de la República. Cuando se produjo
el golpe, el alcalde impuesto por los golpistas fue Vicente Vázquez de
Prada, que era partidario de detener y entregar a los izquierdistas,
pero se opuso a que los mataran. El cura insistió e insistió en la
necesidad de “limpiar el pueblo, como se estaba haciendo en todos los
pueblos de alrededor”, y al final se hizo así. Este cura, tras inducir
al asesinato del alcalde elegido, Modesto Rodríguez, obligó a la viuda a
bautizar al hijo de éste y a cambiarle el nombre que su padre le había
puesto (Besteiro). Otro acto de este cura fue el de casar in extremis al
vecino Florencio Sinde, destrozado por las torturas recibidas, con
brazos y piernas rotos e inconsciente en los calabozos del ayuntamiento
de Barcial; este hombre estaba casado por lo civil, y antes de
rematarlo, hizo que llevaran allí a su esposa y los casó religiosamente
(testimonio de la esposa).
Florentino, cura de Bocigas, acompañaba a las patrullas de asesinos, según él para confesar a las víctimas.
Lorenzo Pérez González “Lucilina”,
fue uno de los máximos responsables de los hechos sangrientos ocurridos
en el pueblo de Villabáñez. Mantenía un enfrentamiento directo con los
vecinos de ideas izquierdistas y con la Corporación Municipal;
intervenía en las cuestiones políticas, en los temas económicos, como la
gestión de los montes comunales; impulsó un sindicato católico, con el
que se enfrentaba a la Casa del Pueblo… El propio arzobispo Gandásegui
llegó a decir de él que “había envenenado al pueblo”. En 1936 designó a
las víctimas y no movió un dedo para frenar la represión desatada contra
los vecinos, aunque salvó al que le pareció oportuno, con lo que
demostró que tenía poder para haber impedido la matanza.
José de Rojas Martín,
ejercía como párroco en Castrillo Tejeriego, donde dio el visto bueno y
firmó la lista de los que debían ser represaliados. La madre de este
cura iba diciendo por el pueblo que “había que fusilar a los hijos de
los detenidos, porque llevaban el mismo camino que sus padres”.
Sergio Martín Martín,
procedente de Medina de Rioseco, donde también colaboró en la
elaboración de las listas de los que debían morir, estaba en Castromonte
como párroco. En julio de 1936 se encontraba en Asturias, pero pudo
regresar a mediados del mes de septiembre, y fue entonces cuando comenzó
la represión en Castromonte. Muchos testimonios le atribuyen
responsabilidad directa en muertes ocurridas en Rioseco y la zona de la
Santa Espina, además de las ocurridas en Castromonte.
Ictinio, párroco de
Tiedra, ayudó a elaborar las listas de víctimas; alentó a los
falangistas de la localidad, y fue directamente responsable del
asesinato de David Criado, un vecino que estuvo detenido y regresó al
pueblo al finalizar la guerra.
Bibiano del Campo Mucientes,
natural de Villalba de los Alcores. Estaba de párroco en Wamba en la
época de la sublevación. Colaboró haciendo listas y también de manera
material: él mismo llevó cuerdas para atar a los detenidos.
Pablo Rojo era párroco
en Mojados. En los locales del ayuntamiento estaban detenidos medio
centenar de vecinos. El día 25 de julio, los sublevados del pueblo
decidieron asesinar a varios de ellos. El cura acudió a la prisión e
intentó confesarlos con argucias y amenazas. A pesar de los ruegos de
las familias y de la cantidad de huérfanos que dejaban y de que el cura
sabía positivamente que todos eran inocentes y que los asesinatos se
producían sin juicio ni asistencia de autoridad legal alguna, Pablo Rojo
colaboró con los asesinos hasta que el último detenido subió al camión.
Ese día 25 vecinos de Mojados fueron trasladados al puente que une los
términos de Boecillo y Laguna de Duero y tiroteados allí. Algunos no
fallecieron en el acto y cayeron al agua con vida. Por fin los remataron
a todos. Uno de ellos, J.N. logró llegar herido, hasta el Coto del
Cardiel, donde el guarda de campo lo remató con su escopeta.
Andrés del Amo, de
Saelices. Fue un inductor fundamental de los crímenes cometidos en
Villacarralón, donde era párroco, pues señaló a los vecinos que según él
eran peligrosos. Años después de la guerra, vino al pueblo un cura
nuevo. Estando en la plaza, un hijo de Petra Cimas, asesinada por una
patrulla venida de otros pueblos ante los ojos de sus dos hijos, lo
reconoció como integrante de una de las patrullas y se dirigió a él:
“Usted bajaba de paisano a detener gente”. El cura se llamaba Jesús Ceinos Casero,
y fue reconocido por otros vecinos como uno de los hombres que iban
sacando a la gente de sus casas en el verano de 1936, vestido con un
mono azul y armado con un fusil.
Teodosio era el nombre
del párroco de Quintanilla de Abajo. Cuando se pidió el indulto de los
condenados a muerte dijo en la puerta de la iglesia ante muchos vecinos
que si les conmutaban la pena, él quemaba la sotana.
CURAS EN EL FRENTE
La presencia de curas en el frente fue
frecuente. Particularmente abundaron en la zona del Alto del León. Iban
vestidos con mono y armados. Otros muchos iban de visita, acompañando a
grupos.
Núñez, jesuita,
coadjutor de la parroquia de San Juan, en Valladolid, marchó al Alto del
León en julio del 36, integrado en el grupo de falangistas como
combatiente. Este cura, bastante joven, murió en un bombardeo en el Alto
del León a finales de julio de 1936. Juan Martínez, cura combatiente, murió en el frente.
Padre Nevares, jesuita:
recibió en San Rafael a los falangistas que se iban a incorporar al
frente en julio del 36. Al llegar al Hotel Regina, donde comían estas
tropas, el padre Nevares vestía mono azul y llevaba casco y una gran
cayada. Era beligerante y además confesaba a los voluntarios. Ramón
Arregui Moliner, falangista, quiso confesarse con él tras una escaramuza
en la que disparó y mató a soldados enemigos. Después relató,
escandalizado, que el cura le dijo: “Eso no tiene importancia: es la
guerra”. Este cura estuvo siempre a la cabeza de las fuerzas golpistas
en San Rafael, dando el beneplácito eclesiástico. Antes del golpe, había
organizado en Valladolid las Cooperativas Agrarias de Derechas.
Pedro, un párroco
natural de Castrillo de Duero, en julio del 36 se integró en un batallón
falangista y marchó al frente. J.L. Martínez Galindo, que coincidió con
él, dice que era “un cura guerrillero”.
COSAS DE CURAS
Pedro Cantero Cuadrado,
nacido en Carrión de los Condes, fue capellán de la Cuarta Bandera de
Castilla. En una de sus arengas pronunció esta frase: “El general Franco
es de origen providencial y carismático, y por tanto legítimo. Solo
ante Dios y ante la Historia debe dar cuentas”. Llegó a ser obispo de
Huelva.
Ignacio Menéndez Raigada, autor del Catecismo Patriótico: “Yo soy cura, pero antes que cura, falangista”. Fue capellán y confesor de Franco.
Enrique Herrera Oria: “Los masones matan niños menores de siete años y beben su sangre en un cráneo”.
Fernando Martín Sánchez Juliá,
“Secretario de Dios”, cabeza de la Iglesia, escribió una pastoral: “De
los frentes saldrá una nueva España. A nosotros nos toca ayudar al parto
y educar a la criatura…”.
curas con fusiles
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