La Iglesia española, pesadilla permanente
Nuestra única esperanza es que, por pura dignidad y decencia democrática, la sociedad se vaya alejando de ellos y pasando de todo lo que representan. Una cosa es segura: mientras no monten otra cruzada podremos hacerlo.
Documento con fecha
domingo, 13 de octubre de 2013.
Publicado el
domingo, 13 de octubre de 2013.
Autor: Francisco Espinosa.Fuente: Andaluces Diario.
Autor: Francisco Espinosa.Fuente: Andaluces Diario.
Hay quienes piensan que un criminal de guerra como Queipo no debería
estar enterrado en la basílica de La Macarena o que la propia imagen de
la virgen, cuando llega la semana santa, no debería salir con el “fajín
de honor” regalo del militar golpista. Otros creen que los procesos de
beatificación, reabiertos por la Iglesia española ante el cambio que
supuso la llegada al papado del ultrarreaccionario Woytila, resultan
excesivos e impropios de nuestro tiempo. Me refiero, entre otros, a
procesos como el de 2007 en Roma y el que tendrá lugar ahora en
Tarragona, con 498 y 522 beatificados respectivamente.
Sin embargo, otros pensamos que Queipo está donde debe estar, en lugar
principal y celebrado por los suyos, y que se hizo mal en ocultar hace
unos años bajo el manto de “Hermano Mayor Honorífico” las referencias
que en la lápida había a la fecha del golpe militar y al cargo que
usurpó. ¿Hay alguna razón para que la misma hermandad que entregó la
corona de oro de la virgen para financiar el golpe no utilizara ahora el
fajín de Queipo? Lo lógico es que lo lleve. Como si quieren ponerle
alguno de los regalos que le hizo otro sujeto clave en la represión: el
auditor de la Segunda Región Francisco Bohórquez, hermano mayor durante
años y cuyos restos también reposan en la basílica. Las firmas de Queipo
y Bohórquez son las últimas que aparecen en los miles de expedientes y
sumarios de la gran farsa seudojudicial con que los sublevados
destrozaron la vida a miles de personas. Queipo y Bohórquez, unidos en
la vida y en la muerte, en la propia y… en la ajena. En realidad Queipo,
aparte de por su esposa, enterrada a su lado, debería tener al otro
lado a Bohórquez. La historia de la basílica, un pastiche típico del
franquismo, levantada de espaldas al barrio que masacraron y sobre un
popular bar obrero, está íntimamente unida a esos dos individuos. ¿Por
qué no habrían de estar allí enterrados? Como si quieren poner en la
entrada uno de los cañones que bombardearon el barrio en el 36…
¿Y qué decir de las beatificaciones? ¿Extrañan a alguien? Sabemos hace
ya muchos años con todo detalle la identidad y el número de víctimas que
tuvo la Iglesia. Sin embargo, durante la dictadura, en los papados de
Juan XXIII y Pablo VI, se consideró oportuno frenar la posible oleada de
beatificaciones. En esta decisión debió contar el sentido común y la
sensibilidad de algunos. ¿Quién mejor que la propia Iglesia, y sin duda
el Vaticano, sabía que, además de víctima, había sido verdugo? La
Iglesia fue pieza clave en la represión, parte del núcleo duro del
fascismo español y componente esencial del andamiaje ideológico de la
dictadura. ¿Por qué habían de interesarle los vencidos y sus víctimas?
Para ellos solo contaban los morbosos martirologios que dedicaron a los
suyos, todos los cuales murieron entre horribles torturas, gritando
“¡Viva Cristo Rey!” y perdonando a sus asesinos. Los suyos no eran
vulgares víctimas como las de los rojos sino “mártires de la fe” y
naturalmente no podían morir como los rojos. Estos eran fusilados,
mientras que ellos eran vilmente asesinados. Sin embargo, lo único de lo
que sí fueron testigos como confesores, las palabras de las personas
asesinadas por los suyos, lo olvidaron. De eso no dieron testimonio.
Algunos mantienen que la Iglesia debe pedir perdón, sin pensar
que nadie pide perdón por hechos que considera entre los más gloriosos
de su historia. ¿Se imagina alguien al jesuita Martínez Camino y
al cardenal Rouco pidiendo perdón por no haber obrado en aquellas
circunstancias conforme a la religión que supuestamente representan y al
mensaje evangélico? ¿Qué se puede esperar de una institución que no
solo no levantó la voz sino que, de pleno acuerdo con los golpistas,
colaboró de diversas maneras en el exterminio de miles de hombres y
mujeres? ¿Qué tendrá que ver una estructura de poder al servicio
permanente de la reacción con una religión que tiene por lema el amor al
prójimo?
Para una entidad con más de dos mil años de existencia el tiempo
siempre juega a favor. En los años sesenta y setenta tuvieron que
aplacar sus ansias beatificadoras, pero en los ochenta todo cambió.
Había llegado el momento. Y desde entonces para acá los vientos
políticos del mundo occidental no han hecho más que empujarnos hacia la
derecha, con la Iglesia católica en vanguardia. Por su parte la Iglesia
española, desde los tiempos gatopardescos de Tarancón hasta los de
Suquía y Rouco no ha hecho más que superarse a sí misma. Y mientras más
se le aleja el rebaño, peor. “Hay que reevangelizar España”, dijo
Ratzinger hace unos años. Al pobre le habían informado de que España
estaba volviendo a los años treinta. No me cabe duda de que si pudieran
volverían a las “misiones” de los años cuarenta y cincuenta. La dosis de
clericalismo que estoicamente soportamos les debe parecer poca. Pero
ellos solo ven el anticlericalismo, que confunden con cualquier crítica
que se haga al intrusismo permanente de la cúpula episcopal en la vida
española. La Iglesia es la institución que nos hace más presente que el
franquismo sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso.
Ante esta interminable deriva y dado el panorama nacional, solo queda
esperar que escampe y llegue la calma. Y que sigan en la misma onda: que
Queipo repose en la basílica, que la virgen lleve su fajín, que sigan
beatificando a los “mártires de la cruzada” y, sobre todo, que sigan sin
darle la más mínima importancia a que lo hacen con el dinero de todos,
incluidos los agnósticos, los ateos y los anticlericales. Que se alegren
de contar con esa derecha que, como ellos, nunca ha roto amarras con el
franquismo y que den las gracias al PSOE que, cuando ocupó el poder,
les mantuvo y aumentó el dineral que se les regala anualmente. Y que
sigan disfrutando, como si fuera suyo, del inmenso patrimonio artístico y
monumental que poseen, por más que, de nuevo, sea el dinero de todos el
que lo mantiene.
Solo cuando la sociedad tome conciencia de lo que supuso el golpe
militar del 36 será posible afrontar ese pasado. Entonces, de forma
natural y por puro sentido común, la hermandad sacará de allí a Queipo y
a Bohórquez, el fajín será entregado a la familia y la Iglesia pedirá
perdón por todo el daño hecho al país a lo largo del siglo XX y
organizará misas en memoria de las víctimas del fascismo. Será el
momento oportuno para que la Conferencia Episcopal se autodisuelva
humildemente. Nuestra única esperanza es que, por pura dignidad y
decencia democrática, la sociedad se vaya alejando de ellos y pasando de
todo lo que representan. Una cosa es segura: mientras no monten otra
cruzada podremos hacerlo.
Franco bajo palio
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