sábado, 4 de agosto de 2012

SUBNORMALES

A pesar de que esta palabra me produce aversión por las acepciones groseras y malintencionadas con que se suele utilizar, de vez en cuando, y especialmente cuando se maneja como justificacón del rechazo a personas enfermas o disminuídas psíquicas, no viene nada mal reflexionar un poco sobre lo que realmente significa. Literalmente la palabra “subnormal” hace alusión a un estado o calificación inferior a la norma. Pero ¿cuál es la norma?, ¿qué persona es normal y qué personas están por encima o por debajo de ese baremo?. Si, en el ámbito de lo físico, “lo normal” es la salud, tanto de cuerpo como de mente, me temo que todos admitiremos que hay muchos más “subnormales” de lo que nos gustaría.
En cuanto al ámbito de lo psíquico, con aún más evidencia se hace difícil establecer un baremo preciso al respecto, y casi imposible concluir dónde están o dejan de estar los límites de la normalidad.
Conozco a personas disminuídas y con patologías mentales y psíquicas de una “normalidad”, una bondad, una humanidad y una sensibilidad aplastantes. Al respecto, alguna vez he pensado que si el mundo estuviera gobernado por estas personas, que secularmente han sufrido, además de su enfermedad, el estigma y el más vil desprecio social y humano, el mundo sería mucho mejor de lo que es. Porque son personas vulnerables, pero no débiles; son enfermos o discapacitados, pero no son locos y pueden desprender una inmensa lucidez, lo cual no es muy frecuente en otras personas que se dedican a dictar normas morales. La locura no es la enfermedad, sino, como dijo Ken Wilber, uno de los grandes representantes de la Psicología Transpersonal , la locura es la inconsciencia. Habría que ver dónde están y quiénes son los inconscientes y los locos.
Y esta reflexión es consecuencia de algo contradictorio e indecente que suele ser frecuente en el ámbito de lo religioso. En los últimos días un cura de Padrón negó la comunión a una mujer creyente, Mónica Suárez, por tener una discapacidad provocada por un trastorno epiléptico, el llamado Síndrome de Lennox Gastaut. En defensa de su negativa, el cura en cuestión alegó que “una persona subnormal no debe acercarse a tomar la comunión”, y tras la insistencia de la madre de la mujer rechazada, reiteró su actitud con estas palabras:
“darle la comunión es como tirar la hostia”. Aunque a simple vista estos hechos puedan parecer contradictorios con la doctrina cristiana, que tanto utiliza las palabras caridad, misericordia, austeridad y amor al prójimo, lo cierto es que esta actitud no es, en absoluto, de extrañar.
Y no es de extrañar porque la Iglesia católica siempre ha repudiado, además de a todos los ajenos a sus dogmas, a los impedidos, a los discapacitados, y especialmente a los disminuídos psíquicos y a los enfermos mentales. Quizás porque la mente de estas personas es más anárquica que la media y en ellas el adoctrinamiento y el sometimiento son harto difíciles, si no imposibles. Durante muchos siglos el cristianismo consideraba a estas personas como poseídas por el demonio, y si los rezos y las torturas no les sanaban (lo cual, por supuesto, siempre ocurría), el castigo era la hoguera. Mucho más cerca en el tiempo, en el franquismo, con la iglesia católica como auspiciadora, a estas personas se les recluía en cárceles que llamaban manicomios y convertían sus vidas en verdaderos encierros macabros e infernales. El estigma, el odio y el rechazo les ha perseguido hasta hace muy pocas décadas en que se empezaron a generalizar los tratamientos médicos decentes y racionales, y a considerárseles, por fin, personas de pleno derecho.
La iglesia católica parece no querer entre sus filas a discapacitados ni a enfermos psíquicos, aunque, contradictoriamente, tampoco parece alentar a sus fieles al conocimiento ni al espíritu analítico ni crítico que suele caracterizar a las personas sanas y cultivadas intelectual y mentalmente. Me pregunto en qué grado de normalidad se sitúan las personas que rechazan o marginan a otras por haber nacido con una discapacidad; y me pregunto qué grado de normalidad caracteriza a personas que profesan ideas irracionales y que ejercen la exclusión y la tiranía en nombre de una falsa beatitud. Y me pregunto qué tipo de normalidad mental y emocional existe en personas que dimiten de la propia voluntad en aras de una idea única que niega la diversidad y alienta la sumisión, la enajenación y el fanatismo. Porque, curiosamente, uno de los grandes expertos en inteligencia del mundo, el investigador y profesor británico Richard Lynn, asegura que los agnósticos y ateos tienen más conocimiento sobre religión y política, y son más inteligentes que los creyentes. Habría que ver dónde están y quiénes son los verdaderos “subnormales”. Algunos de ellos nos imponen la tiranía de lo que ellos llaman moral, y otros de ellos a veces nos gobiernan.
Coral Bravo es Doctora en Filología

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