viernes, 19 de junio de 2015

ALCALDES LAICOS


Coral Bravo
Coral Bravo
Retazos
Alcaldes laicos
Tanto ha extrañado la postura de estos dos alcaldes gallegos que esta ausencia en una ceremonia religiosa ha sido noticia en los últimos días
Dos futuros nuevos alcaldes elegidos en las recientes Elecciones autonómicas mantienen ya y seguirán manteniendo una posición laica respecto a sus cargos como representantes públicos. Julio Ferreiro, futuro alcalde de La Coruña y Martiño Noriega, futuro alcalde de Santiago de Compostela, han declinado asistir el pasado domingo en Lugo a un rito religioso, la ofrenda del Santísimo Sacramento (que alguien me explique bien, por cierto, qué significa eso exactamente, desde un punto de vista lógico y racional, porque el surrealista e irracional ya me le sé).
Tanto ha extrañado la postura de estos dos alcaldes gallegos que esta ausencia en una ceremonia religiosa ha sido noticia en los últimos días en los diarios de todo el país, como si los representantes públicos fueran elegidos por los ciudadanos para cantar el miserere, rezar el rosario de la aurora y hacer de lazarillos bajo las sotanas de curas y obispos en esos ceremoniales absurdos que, por muy seculares y tradicionales que sean, no responden a otra cosa que a la superstición, la irracionalidad y  la estupidez humanas, justo a esas cosas oscurantistas y medievales que en cualquier sociedad moderna y evolucionada se deberían haber superado ya.
Vivimos en España, mal que nos pese, en una especie de tiranía teocrática disfrazada de democracia que parece, más que otra cosa, una rémora de las teocracias que hemos vivido secularmente en este país. La separación Iglesias-Estado está contemplada, sin más remedio porque de otro modo no podríamos hablar de democracia ni de tapadillo, en el Artículo 16.3 de la Constitución española vigente. Sin embargo, esa separación parece una broma de mal gusto, porque a nivel real y efectivo la Iglesia española está infiltrada en todos los estamentos e instituciones públicos, mantiene vigente un Concordato firmado por Franco en el Vaticano, ostenta unos privilegios descomunales y vergonzosos, y extrae anualmente de las arcas públicas cantidades de dinero exorbitantes que deberían estar destinados a mejorar los servicios públicos y los derechos de los españoles.
En todo el territorio español los políticos y representantes públicos asisten, apenas sin excepción, a actos religiosos, participan de esos ceremoniales arcaicos y llenos de irracionalidad, y mantienen un contacto directo y exhaustivo con curas, obispos y clero en general. Y eso es una aberración trasnochada y un símbolo evidente del sometimiento a la Iglesia de los poderes públicos; vaya, como en la Edad Media.
Los obispos, como es de suponer, estarán echando humo, e iniciarán, si no lo han hecho ya, una campaña de victimismo, a la vez que de acoso y derribo contra esos alcaldes que no hacen otra cosa que cumplir con su obligación de actuar de manera democrática. Y estos alcaldes vienen a decir, para explicar su postura, que obedece únicamente a su actitud de respeto, respeto a los españoles que los han elegido, porque, en palabras del alcalde de Santiago, “ ya hemos hablado de los 18.000 compostelanos en riesgo de exclusión social, de la importancia de planificar las obras en base a la demanda y a los recursos, de la importancia de impulsar un espacio político de apuesta por la recuperación social y económica, de la necesidad de diálogo y de participación de la corporación municipal con los estamentos que condicionan el día a día de la ciudad, como la Universidad, la Xunta, el Estado y la Iglesia, pero a un alcalde no le corresponde pedirle al Apóstol que acabe con el desempleo o con la corrupción. Lo que le toca es ser quien de un impulso a las políticas de transparencia y de creación de empleo”. Sí, señor. Así es, porque, repito, un representante público es elegido para cubrir sus cometidos de manera efectiva, no para acudir a las procesiones, ni para rezar el rosario ni el miserere.
Igualmente, la nueva corporación municipal de Dénia, aplicando de facto la aconfesionalidad del Estado, ha aprobado la medida de que ninguno de sus concejales asistirá a ningún acto religioso a título de representante público. El que lo haga lo hará a título personal. Eso es el laicismo, en realidad. No ataca a ninguna creencia, al contrario, se defiende de ellas en base a la asepsia ideológica a la que están obligados los que gobiernan por y para todos.
Los españoles no queremos más al Partido Popular, ni queremos más que nos roben mientras piden intercesión a los santos. Ya está bien de tanto absurdo confesional. No queremos meapilas en los asuntos públicos, queremos gente decente que trabaje por el bien común, que dejen sus creencias, absurdas o no, en casa mientras se dedican a trabajar. Menos religión y más cultura y educación, suele ser uno de los lemas de los activistas por los Derechos Humanos. El paso más importante que se ha dado en la causa del progreso humano lo constituye la separación de la Iglesia y el Estado, dijo a mediados del XIX el eminente abogado y reformista David D. Field.
Coral Bravo es doctora en Filología
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