La Santa Alianza
Documento con fecha
sábado, 16 de marzo de 2013.
Publicado el
sábado, 16 de marzo de 2013.
Autor: Eduardo Febbro.Fuente: Página 12 - Argentina.
Autor: Eduardo Febbro.Fuente: Página 12 - Argentina.
El Vaticano es una caja fuerte que contiene secretos planetarios, entre
ellos muchos archivos con documentos clave sobre los episodios más
cruentos de la dictadura argentina de 1976. La controversia entre el
papa argentino, ampliada por la intervención del portavoz de la Santa
Sede, Federico Lombardi, tiene casi la misma raíz que llevó el año
pasado a la explosión del escándalo de los Vatileaks y a la posterior
renuncia de Benedicto XVI: la santa alianza sellada en los años ’70 y
’80 entre el Vaticano y el ex presidente norteamericano Ronald Reagan.
Esa colusión entre los intereses de la primera potencia mundial y los de
la Santa Sede inauguró un período de casi cuatro décadas de corrupción,
apoyo a dictaduras militares, financiamiento secreto de movimientos
anticomunistas –Polonia con Solidaridad– y sostén ideológico de
regímenes sucios. Uno de los operadores iniciales de esa “santa alianza”
no es otro que el arzobispo, cardenal y diplomático Pio Laghi. Hombre
de siniestras referencias, Laghi fue nuncio apostólico en la Argentina
entre 1974 y 1980, o sea, en plena dictadura. Sus actividades en el país
están marcadas por el sello de la acusación de haber colaborado a
sabiendas con la dictadura de Videla y compañía. En 1997, Pio Laghi fue
denunciado ante la Justicia italiana por las Madres de Plaza de Mayo en
su calidad de cómplice en la desaparición de opositores durante la
dictadura.
Sobre el papel de Laghi hay muchas versiones, pruebas y contrapruebas,
personas decentes que lo defienden y otras que lo incriminan. El 27 de
abril de 1995 Laghi declaró: “¿Cómo podía saber que estaba tratando con
monstruos capaces de arrojar personas desde un avión y otras atrocidades
similares? Se me acusa del espantoso delito de omisión, miedo o
denuncia cuando mi único pecado era la ignorancia de lo que
verdaderamente estaba pasando”. Sin embargo, no es únicamente su paso
por la Argentina y lo que hizo o no hizo para ayudar a los perseguidos
Pio Laghi sino, también, lo que construyó después: Pio Laghi es el
arquitecto del acercamiento entre Washington y el Vaticano con el único
propósito de combatir un enemigo común: la Teología de la Liberación. En
1980, Juan Pablo II nombró a Pio Laghi delegado apostólico en los
Estados Unidos y luego pro nuncio. Laghi se encargó de remodelar el
Episcopado apoyándose en los obispos fieles a al línea del papa polaco y
también de iniciar la purga de los partidarios de la Teología de la
Liberación.
Es un rompecabezas encontrar en Roma un religioso con nombre y apellido
que hable sobre lo que subyace en los actos de Pio Laghi. Bajo el
anonimato, algunos, ya muy ancianos, describen a Laghi como “el hombre
orquesta del silencio”. Silencio quiere decir concretamente el hombre
que organizó la protección global de los actos de la Iglesia durante la
dictadura mediante la confiscación de documentos, es decir, archivos. Es
la existencia de esos archivos la que le valió a Jorge Bergoglio ser
citado a declarar como “testigo” por la magistrada francesa Sylvia
Caillard. Esta abogada del Tribunal de Gran Instancia de París envió en
2011 una Comisión Rogatoria a Buenos Aires para que Bergoglio declarara
sobre la posible existencia de archivos capaces de elucidar el asesinato
del sacerdote francés Gabriel Longueville. Para muchos especialistas de
la diplomacia vaticana, la Nunciatura de Buenos Aires jugó un papel
central en el ocultamiento de los documentos relativos a la desaparición
de personas. Horacio Verbitsky ya reveló cómo la Conferencia Episcopal
de Argentina había informado al Vaticano que los desaparecidos eran
exterminados por la Junta Militar. El documento secreto que la
Conferencia Episcopal Argentina envió al papa Pablo VI da cuenta de un
encuentro entre los obispos Raúl Primatesta, Juan Carlos Aramburu y
Vicente Zazpe y el general Videla. La conversación tuvo lugar en abril
de 1978. Videla fue claro al decir que los “desaparecidos ya están
muertos”. El obispo Primatesta le dijo al dictador: “La Iglesia quiere
comprender, cooperar, es consciente del estado caótico en que estaba el
país” y también es consciente “del daño que se le puede hacer al
gobierno con referencia al bien común si no se guarda la debida altura”.
El Vaticano tiene en su poder documentos con infinitas memorias del
horror. No sería inoportuno que abriera esas arcas para que no haya
tantos asesinos impunes y tantas dudas sobre lo que hicieron o no los
representantes de la Santa Sede en los países sometidos a la represión.
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