Opinión

Retazos
Sin corazón
24/01/2013
La historia no tiene nada de sorprendente, no es ninguna noticia que aporte ninguna novedad a nadie en un país como el nuestro, en el que el desprecio a la vida animal es lo normativo y habitual. Miles, millones de animales son diariamente explotados, sometidos, maltratados y asesinados en el mundo; muy especialmente, y con mayor insensibilidad, en los países de tradición cristiana. Porque, y es importante saberlo, el cristianismo ha fomentado desde sus propios inicios ese falaz antropocentrismo que es la raíz ideológica del desprecio y el maltrato animal en Occidente. Un perro más víctima de la soez insensibilidad humana carece de mayor importancia, dirán algunos.
Si hubo durante esos cuatro días alguna intervención de algún responsable político ante esta incidencia, sin duda sus órdenes fueron las de dejar morir al animal e impedir el rescate a las personas y protectoras que lucharon infructuosamente para salvarle de la agonía y de la muerte. ¿Qué se puede esperar de unos políticos de la derecha que en abril de 2011 hicieron efectiva la declaración del espectáculo taurino de sangre y tortura como bien de interés cultural? ¿Alguien se imaginaría a algún responsable político de la rancia derecha española ordenando a los maquinistas del metro que paren el vagón diez minutos para que pueda ser rescatado un perro abandonado o perdido? Me temo que no. En Cataluña hace unos años, en una situación similar, lo hicieron, que conste donde conviniere.
Para no variar, la sensibilidad ciudadana ha estado a años luz de la desidia de los políticos y de los cargos correspondientes del Metro de Madrid. Porque cientos de ciudadanos se movilizaron exigiendo el rescate del animal malparado, y porque miles de ciudadanos de toda España se han comprometido, a través de las redes sociales, en la misma exigencia. Hay fotos y testimonios directos de las concentraciones en la parada de metro correspondiente antes de que muriera. Y también hay muchas fotos de la concentración de madrileños, muchos con sus perros, en la puerta del metro de Sáinz de Baranda el domingo por la tarde, en repudio de un acto de crueldad gratuito e injustificado.
Soy animalista, es decir, defiendo absolutamente los derechos y la dignidad de todos los seres vivos, incluidos los no humanos. Y soy animalista porque soy humanista. No entiendo los derechos humanos conviviendo con el maltrato animal; es incompatible. Estoy en contra de la crueldad. Estoy a favor de la solidaridad y de la paz, y la solidaridad y la paz no entienden de absurdos especismos. Defiendo la vida animal porque defiendo la vida humana. Nada en el universo está separado del resto. Formamos parte de lo mismo. Y ningún estúpido e ignorante especímen sin corazón tiene derecho alguno a maltratar o a asesinar a ninguna vida, y menos a una vida inocente. Y todos los animales son inocentes, lo cual no puede afirmarse con la misma rotundidad de todos los seres humanos; como poco, de los políticos del Partido Popular, esos mismos de la trama Gürtel; tan cristianos todos ellos, para que todo quede dicho.
“Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”, decía Mahatma Gandhi. Y decía Thomas Edison que “La más alta ética tiene que ver con la no violencia, que es la meta última de la evolución. Hasta que no dejemos de dañar a otros seres vivos somos aún unos salvajes”. Y despreciar la vida de los animales no está muy lejos de despreciar la vida de las personas. Que se lo pregunten no sólo a la galguita muerta a causa de la desidia humana, y a los miles de españoles que se han quedado sin techo. Hablamos de gente sin corazón, no lo olvidemos.
Coral Bravo es doctora en Filología
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