
Sorprende sobremanera que los representantes de nuestra iglesia católica,
la
iglesia de los pobres, no se hayan echado aun a la calle en protesta
por las políticas gubernamentales de supresión de ayudas a los pobres dependientes, de negación de la sanidad a los pobres sin papeles, o de eliminación de las limosnas a los pobres parados.
Se conoce que les pilla en mala fecha.
De otra manera, no se explica que
esta iglesia nuestra tan animosa a la hora de echarse a la calle,
ya sea contra el aborto, en loor de las interpretaciones históricas de
Pío Moa, o en celebración de los casorios de las hijas de José María
Aznar,
permanezca ahora en los templos sin decir esta hostia es mía. Y sin darle tal hostia, por ejemplo, a Montoro.

Es
cierto que Jesucristo se ponía un poco plasta con tanta vindicación del
pobre, del pescador y de la puta Magdalena (no confundir con la de
Proust, aunque también se come), pero
este silencio eclesial con los pobres modernos a mí me está haciendo perder hasta la fe en la Fe. Así que
si
mi jefe me echa del periódico por centrista, mis novias me abandonan
por gorrón y Bankia me desahucia por chorizo, me voy a quedar sin nada. Sin siquiera Fe.

Yo descubrí la importancia de la fe en horas tardías. Cuando
las
iglesias de muchos pueblos decidieron poner megafonía en los
campanarios y emitir la misa, a todo volumen, a la hora de las cañas. Desde entonces, he escuchado mucha misa.
En las misas, hay que reconocerlo también desde la izquierda, se
habla mucho de los pobres. Los curas nunca los olvidan en las homilías,
las plegarias y los rezos.
Venga pobres por aquí, pescadores por allá y la Magdalena siempre dando el coñazo, nunca mejor dicho.
Pero estos pobres de homilía suelen sonar a pobre antiguo, historiado, legendario, lontano, y no a
Manuel Pérez, 46 años,
parado y con
tres hijos de dos, tres y cinco años,
desahuciado por Bankia, con
los niños en custodia estatal por desatención, con
su mujer ya sin edad para prostituirse, pero intentándolo, y él pidiendo a la puerta de esa misma iglesia megafónica.
Perdón por la crueldad necesaria.

Quizá es desinformación mía, y
monseñor Rouco Varela, en su sabiduría, está negociando en secreto con Mariano Rajoy la salvación de todos estos pobres modernos.
Si así fuere, lo veo loable, pero creo que es un error de márketing por
parte de nuestra iglesia. Al final, el pueblo llano, el palurdo, yo
mismo, se va a creer que
la única cita de Jesucristo que mantiene vigente nuestra iglesia católica es aquella que decía
“dejad que los niños se acerquen a mí”. Cita que, no sé por qué,
se suele interpretar tenebrosamente.
En descargo de nuestra jerarquía eclesial, también habrá que significar aquí
lo confusa que se ha puesto, tras la posmodernidad y el aggiornamiento, la definición de pobre. Ahora hay pobres, pobres de pedir, pobres de

pedir
papeles, pobres de pedir trabajo, pobres de pedir cañas, pobres de
pedir tapa con la caña, pobres de pedir un voto, pobres de pedir más
sanidad privada y
pobres de pedir nuestra dignidad entera. Entre tanta confusión de pobre, la iglesia quizá no está sabiendo a qué pobre atender, y es comprensible.
Me queda añadir a estas sabias reflexiones una sola cosa más:
Id con Dios.
Anibal Malvar
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