
Hagamos penitencia
La culpa la tiene tanta libertad y, en concreto, la religiosa. Palabra del templario vocacional Juan Manuel De Prada en ABC: “La libertad religiosa concede la tutela de las leyes a todo tipo de creencias, sean buenas, malas o mediopensionistas, de tal modo que todas valgan lo mismo; o sea, nada”. Y eso no puede ser, cuando todo el mundo sabe cuál es la creencia fetén, ¿verdad?
Es más: son los que no creen en Dios los que tienen que demostrar que no existe, según sermonea un tal Evaristo de Vicente en -sí, otra vez- La Gaceta: “La carga de la prueba sobre la no existencia está sobre los que no creen: cómo se explica el milagro de una nueva criatura, lo de que el sol salga todos los días por Antequera, la bondad y la maldad de los hombres, o sea, la libertad, las estaciones durante el año siempre fieles a sus citas, el amor…” Hala, respondan, respondan.
La procesión atea
Desde Libertad Digital tercia el monaguillo federiquil Pablo Molina. Lo que les pasa a los agnósticos es que chinchan y rabian de tiña: “La envidia, que es el deporte nacional por excelencia, explica a veces sentimientos tan aparentemente complejos como el de una pandilla de ateos intentando emular aquello cuya existencia niegan”. Se refiere, como habrán adivinado, a la procesión laica que fue prohibida en Madrid. Sus impulsores merecieron la consabida caricia verbal de Alfonso Ussía en La Razón: “No estaría de más que el Ayuntamiento de Madrid dedicara una calle secundaria a los organizadores de la llamada procesión atea. La calle de Los Cien Tontos de Lavapiés”.
Y luego, al trullo por quemar La Sagrada Familia. Según Martín Ferrand en ABC, no fue un accidente: “¿Casualidad? Resulta sospechoso que el suceso barcelonés coincida en el tiempo con un proyecto de procesión irreverente y ofensiva”. Tal cual.
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