La indigna confesionalidad del rey
Documento con fecha
domingo, 27 de abril de 2014.
Publicado el
domingo, 27 de abril de 2014.
Escrito por: Juan Antonio Aguilera Mochón. Granada Laica.Fuente: Autor.
Escrito por: Juan Antonio Aguilera Mochón. Granada Laica.Fuente: Autor.
Los Reyes encabezaron la delegación española que participó, el 27 de
abril, en las canonizaciones de Juan Pablo II y Juan XXIII. Los medios
aprovecharon para recordar los encuentros reales con los distintos
papas, y para dar cuenta de algunas de las misas de inicio de
pontificado y de beatificación a las que han asistido Juan Carlos I y el
príncipe Felipe.
Según la propia Casa Real, el día anterior hubo “una cena
en la Embajada de España ante la Santa Sede ofrecida por Don Juan Carlos
y Doña Sofía con ocasión de la Canonización de Sus Santidades los Papas
Juan XXIII y Juan Pablo II”. Asistió una treintena de personas, entre
ellas tres ministros y ocho arzobispos y cardenales españoles. El rey,
en su discurso, quiso rendir homenaje "a la memoria de aquellos
pontífices, a su grandeza y a su santidad". El día siguiente a la
canonización, tras mantener un encuentro con el secretario de Estado del
Vaticano, los reyes son recibidos en audiencia por “Su Santidad el Papa
Francisco”.
Esta no es más que la enésima muestra de la confesionalidad
católica del rey Juan Carlos… y de toda la familia y la Casa reales. El
detalle añadido de la cena, con su boato y desmesura (también verbal)
en época de crisis, es sólo una muestra de lo que san Josemaría Escrivá
tal vez habría descrito, satisfecho, como “santa (y regia)
desvergüenza”.
No sólo hemos visto al rey en numerosas misas y actos religiosos, sino
que ha tenido la osadía de dirigirse al país diciendo “nosotros los
cristianos”, o le ha hablado públicamente al apóstol Santiago, en nombre
de todo el pueblo español, para mostrarle devoción y hacerle peticiones
(ignorando aparentemente que el personaje supuestamente enterrado en
Galicia lleva unos dos mil años muerto). Hemos visto al rey hincando la
rodilla ante jefes de Estado extranjeros (de la Santa Sede) y besándoles
el anillo, en todo un signo de sumisión y humillación. No una
humillación personal (que allá él), sino del símbolo vivo de la unidad
de España: cuando actúa así, ¿no rebaja, degrada, deshonra, al Estado
español? Esta degeneración de la principal tarea del monarca es de una
gravedad extraordinaria: dada la naturaleza sustancialmente simbólica de
su cargo (art. 56.1 de la Constitución), pocas acciones más indebidas
podríamos imaginarle.
En cuanto al príncipe Felipe, sigue con fervor los
confesionales pasos de su padre. No se queda atrás en actitudes públicas
beatas, y hasta parece que toma sus propias iniciativas pías. De modo
que para él es una gimnasia habitual doblar públicamente la cerviz ante
papas y cardenales.
No debería hacer falta decir que Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, y su hijo FelipeJuan Pablo Alfonso de la Trinidad y de Todos los Santos de Borbóny de Grecia,
pueden ser católicos, musulmanes, ateos o lo que les venga en gana,
pero como Rey y como Príncipe están obligados a mantenerse al margen de
las creencias particulares. El rey, en particular, dado el citado
mandato constitucional que lo caracteriza como “símbolo” de la unidad
del Estado, debería ser muy escrupuloso con el respeto a la misma
Constitución que proclama que “ninguna confesión tendrá carácter
estatal” (art.16.3). El príncipe, como heredero de la jefatura del
Estado (y, de hecho, sustituto del rey en algunas ocasiones), debe
someterse a las mismas exigencias. Si ya es inaceptable que presidentes
(del gobierno y autonómicos), ministros, alcaldes, concejales, policías,
militares y otras autoridades y cargos públicos hagan profesión
institucional de fe participando en misas, procesiones, y todo tipo de
eventos religiosos, llegando al extremo grotesco de entregar bastones de
mando municipales y fajines militares a entes ultramundanos o a figuras
minerales, que esto (incluido lo del fajín) lo haga el rey tiene el
agravante de provenir de la máxima autoridad del Estado, de la que se
espera máxima ejemplaridad. ¿Cabe mayor burla a la Constitución y, sobre
todo, a la ciudadanía? Esta falta de respeto nos permite denunciar que
el rey, al no actuar en correspondencia a la dignidad de su posición,
está siendo persistentemente indigno de su elevado cargo: precisamente
la indignidad es tanto mayor cuanto más reprobable el comportamiento y
más alto el cargo. Y no cabe la atenuante de ignorancia, pues las
denuncias desde las asociaciones laicistas, y desde voces defensoras,
sencillamente, de la democracia, son continuas desde hace muchos años.
Me apresuro a aclarar, tembloroso, que sé que el rey no es
responsable de sus actos (art. 56.3 de la Constitución), por lo que debo
decir que hay que redirigir mis denuncias a todos y cada uno de los
presidentes de gobierno democráticos, o mejor dicho, de la “democracia”:
a Suárez, Calvo, González, Aznar, Rodríguez y Rajoy. No entraré aquí en
la paradoja de que la máxima autoridad del Estado tenga la mínima
responsabilidad —como si fuera un tonto perdido o un loco de atar, de lo
que no tiene un pelo—. Sólo diré que esta paradoja evidencia el
carácter radicalmente antidemocrático de la monarquía.
Cabe añadir que todos esos presidentes no han hecho sino
consolidar y maquillar, e incluso acrecentar en algunos aspectos, las
principales prerrogativas que la Iglesia tenía con el dictador Franco en
aquel nacionalcatolicismo de marcado carácter criminal. El
confesionalismo desapareció sobre el papel constitucional y en algunas
esferas (las más impresentables en el escaparate internacional), pero en
otras sigue, Concordato mediante y para vergüenza nacional, muy vivo:
en el ámbito económico, en el educativo, en el denunciado aquí... Las
lamentables actuaciones confesionales del rey y el príncipe son, tal vez
como en el fondo corresponde, un simbólico exponente de ese
nacionalcatolicismo malamente enmascarado. No puedo decir hasta qué
punto hay una relación entre estos deplorables comportamientos reales y
la herencia franquista —política e ideológica— del monarca. En todo
caso, y como nos explica magistralmente Gonzalo Puente Ojea en su libro
“La cruz y la corona”, seguimos asistiendo a la tradicional y turbia
alianza entre el trono y el altar. Una alianza comprensible por las
“egoístas apetencias” de ambas instancias, que siempre invocan un “bien
común”… que es sólo común a ambas. Por eso es una alianza que repugna en
una democracia.
El rey habla en la cena del 26 de abril de 2014
Ratzinger y familia real
Ratzinger y Juan Carlos I
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1 comentario:
Buenísima entrada. En este país fallan muchas cosas, pero la relación entre Estado, Iglesia y monarquía es de las que más rechinan, desde luego.
Por nuestra parte hemos creado una web sobre la apostasía que esperamos que sirva de ayuda para todo aquel que desee realizarla. Estamos recopilando experiencias de apóstatas de toda España, así que esperamos que os animéis a colaborar. Un saludo,
Apostatar.org
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