sábado, 18 de agosto de 2012

PANDILLA DE GILIPOLLAS

Pandilla de gilipollas
Mi madre, que siempre fue muy devota de Antonio Gala, solía decir que cada palabra que escribe o que pronuncia es como un poema. Y es que Gala posee el infrecuente poder de dar forma a la sabiduría y, con la palabra, cincelarla, como el escultor cuando modela el barro, creando, de materia informe, una exquisita reflexión o creando una inmensa belleza. Efectivamente, Gala es como decía mi madre. Sus palabras son poesía, pero no sólo por crear belleza, sino por, previamente, ser capaz de captar la esencia de las cosas, darle forma, y compartirla. Porque la poesía, además de belleza, es, en esencia, verdad.

Y empiezo esta reflexión con esta pincelada poética porque, de nuevo, ha sido un placer para mí leer las palabras sabias y llenas de profundidad de Antonio Gala en una entrevista que El País publicó el pasado domingo. Y no voy a hablar de poesía, sino de realidad (aunque poesía y realidad están íntimamente ligadas). Porque, de nuevo, Antonio Gala, haciendo honor a esa transparencia que destila con cada pensamiento y cada reflexión, habla muy claro, sin tapujos ni dobleces, cuando el periodista le pregunta sobre su vida, o sobre la actualidad política nacional.
Gala es sabio, y lo es porque ha profundizado, desde su inmensa sensibilidad y hasta altos límites, en la esencia de sí mismo, del ser humano y del mundo que le ha tocado vivir. Y cuando se es sabio se tiende a buscar y a expresar esa esencia de las cosas, se evitan los rodeos, los eufemismos, los circunloquios, y se habla desde una aplastante sinceridad. Los barroquismos mentales, en determinadas ocasiones, no tienen lugar.

En un país en el que la clase política de la nueva era PP nos está habituando a esa engañosa neolengua que intenta confundir al ciudadano disfrazando, con la deformación del lenguaje y la confusión de conceptos, la dura verdad, y en el que parece que muchos peridistas y analistas políticos le buscan tres pies al gato para justificar lo que es injustificable; en un país en el que los políticos están llamando a los brutales recortes “reformas”, al abaratamiento del despido “flexibilidad del mercado laboral”, a la amnistía fiscal a defraudadores “plan para recuperar activos ocultos”, a los recortes y al copago farmacéticos “aportación ciudadana”, o al hundimiento de la economía “tasa de crecimiento negativa”, llamar al pan, pan es como un soplo de brisa fresca que nos recompone un poco las neuronas, tan maltrechas por tanto mareo de perdiz y abuso político y dialéctico.

Llamar al pan, pan, decía, puede ser, en momentos turbios y cenagosos, como verdadera poesía para nuestros sentidos, puede ser la herramienta perfecta que desenmascare las divagaciones destinadas a tapar la evidencia, los engaños con que justifican los abusos, las vaguedades y mamarrachadas con que nos desvinculan del compromiso con la realidad. Cuando el periodista le preguntó ¿Qué opinión tiene de los que toman las decisiones ahora mismo?, Antonio Gala contestó: “Da la impresión de que este país está gobernado por una colección de tontos que se han reunido para jugar a algo, a las cartas, al dominó, y no saben las reglas… La verdad es que estamos gobernados por una pandilla de gilipollas”. También estas palabras, de la boca de una voz lúcida y grande, suenan a poesía, porque a veces, en tiempos de falsedades, nada hay más cercano a lo poético que la expresión clara y contundente de la simple y llana verdad.
Coral Bravo es Doctora en Filología
elplural

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